El agua potable mejorará la salud de niños y adultos.

“Tener agua potable nos cambió la vida”

Por primera vez en la historia, 25 corregimientos del Atlántico tienen el servicio y antes de diciembre 12 más comenzarán a disfrutarlo.

Con una inversión de $400 mil millones para ampliar las coberturas y el suministro diario de agua potable en 21 cabeceras municipales, la Gobernación del Atlántico ha beneficiado en el presente cuatrienio a 1.400.000 personas.

La inversión total, entre otros logros, ha permitido instalar 302.781 metros lineales de tuberías para conducir y distribuir agua; aumentar en 24.433 metros cúbicos la capacidad de almacenamiento y poner en funcionamiento 11 estaciones de bombeo y rebombeo para incrementar el transporte en 1.890 litros por segundos.

Al diseñar el plan ‘Agua para la Gente’, la gobernadora Elsa Noguera, en una medida histórica, decidió llevar el servicio a 37 corregimientos: $90 mil millones permitirán abastecer a 51.966 atlanticenses que nunca habían tenido agua potable en sus casas.

25 de esos corregimientos ya gozan del suministro, 12 más lo recibirán antes de diciembre, de acuerdo con el cronograma de la Secretaría de Agua Potable.

Gallego, Sabanalarga.

Cincuenta y seis años tuvo que esperar Rocío Padilla para ver el agua potable llegar a su casa.

Aquí no había agua apta para el consumo humano. Eso lo padecimos por mucho tiempo”, recuerda la mujer de mediana estatura y ojos café que, a medida que habla, expresa con gestos la felicidad que vive la comunidad de este pobre corregimiento del centro del Atlántico.

Desde abril, en Gallego, Patilla y Mirador, en el área rural de Sabanalarga,1.583 personas tienen el servicio. La inversión fue de $3.352 millones.

Que esos 337 hogares disfruten del suministro en sus casas significa en la práctica dejar atrás las extenuantes jornadas que, entre trochas y caminos polvorientos, realizaron por años para buscar en pozos, jagüeyes y represas un poco de “agua mona” o “agua gorda”, como le llaman al insalubre líquido por su dureza y alcalinidad.

Esa agua −dice Rocío con desagrado− daba dolores de barriga y producía diarrea”.

Junto a su hija Melissa, embarazada de 7 meses y quien con una manguera regaba la mata de maracuyá que crece enredada en la troja del patio, recuerda que, desde niña, después de las 4 de la tarde cuando bajaba el sol, los gallegos, y en especial las mujeres, salían en burros y caballos a traer agua en pimpinas plásticas y calambucos.

“Era difícil. A mí me tocaba traerla en una olla que me ponía en la cabeza”, explica la futura abuela de Elena.

¿Pero, por qué las mujeres eran las que salían a buscar el agua?

Lady Ospina, secretaria de Agua Potable del Atlántico, explica que en la caracterización social que construyeron para el programa ‘Agua para la Gente’ hallaron que en un “80% son las mujeres las que hacen esta labor por una costumbre asociada a las labores domésticas. Ellas, de manera responsable, hacen la ardua tarea que por fin está terminando”.

Desde la cerca de palos de la casa contigua, la explicación de Ospina es interrumpida por la vecina María Eugenia. Con una jocosa descripción, recuerda el diario vivir en torno a los jagüeyes: “esa agua de pozo le dejaba a uno el cabello como muñeca encontrá en arroyo, y nos resecaba la piel”.

Muerta de risa, frotándose las manos sobre sus brazos, exclama que “¡en cambio, el agua que recibimos ahora en las casas nos pone suave la piel y el cabello!”

“El cambio es maravilloso”

A la media mañana, en la casa de la familia Reyes – Vizcaíno, María José recoge los utensilios de cocina que están en el patio sobre las latas que sirven para tapar dos albercas donde almacenan agua.

La joven gallega tampoco olvida que a diario le tocaba ocupar parte de su tiempo ‘jardiando’ agua. Hora es distinto, porque recibir el líquido en su casa, que “sale fuerte y puro” por la pluma, le produce una “gran felicidad”.

“El cambio es maravilloso”, reconoce. A futuro espera que las dos o más horas que ocupa buscando agua, dependiendo de si era verano o invierno, pueda utilizarlas en sus estudios. “Esa es una gran ventaja”.

En Gallego, como en los otros corregimientos favorecidos con el plan de inversión, las familias han comenzado a mejorar las condiciones internas de sus viviendas. Ellas deben instalar las acometidas hasta sus cocinas y baños.

En esta zona, además de un tanque elevado para llevarles agua a los tres distantes corregimientos fueron instalados 13.3 kilómetros de tubería. La prestación del servicio está a cargo de la empresa Triple A que supervisa diariamente, población a población, toda la operación que comienza en el Acueducto de Ponedera, a orillas del río Magdalena, que surte a ese Municipio y a Sabanalarga.

En esa planta de tratamiento, la Gobernación del Atlántico, con una inversión de $10.910 millones, amplió la producción de agua que pasó de 200 a 400 litros/segundo.

Villa Lata, Piojó.

Hace más de 60 años, los primeros pobladores construyeron sus casas con bahareque, checas o tapas de gaseosas y pedazos de metal. Desde entonces a este pueblo le llamaron Villa Lata, un corregimiento de una sola y larga calle en ‘placa huella’, localizado a 3 kilómetros de Aguas Vivas.

Su historia comenzó a conocerse al ser incluido en el plan del agua potable de la gobernadora Noguera. Una inversión de $1.500 millones y la instalación de 3.063 kilómetros de tuberías, para lograr la interconexión con el sistema del Acueducto Costero, convirtieron en una realidad lo que Sindy Bandera Barros, llama un “anhelo cumplido”.

“Desde hace dos meses esto nos ha favorecido mucho, y servirá para mejorar nuestra salud, sobre todo en los niños y adultos mayores, porque a ellos no podíamos darles a beber el agua de jagüey”, alega la ama de casa.

Bandera recuerda que los mejores días en Villa Lata llegaban en cada invierno porque podían almacenar agua para beber. “Es rica, muy fresca”, sonríe.

Ese mismo recuerdo del agua de lluvia “dulce y sabrosa”, que almacenaban para beber en tinajas de barro, es el que en Hibácharo tiene a sus 93 años Heriberto Goenaga Cervantes.

Delgado, de tez morena y pulso firme al saludar, rememora que en los prolongados veranos les tocaba salir en bestias (caballos), burros y mulos a buscar agua a los jagüeyes. “El pocito que había en el pueblo no alcanzaba para todas las familias”, comenta.

En las travesías les tocó muchas veces pedir permiso en las fincas para entrar a los pozos a cargar tres o más calambucos y pimpinas.

“Teníamos que traer varias cargas”, relata y se ufana, mostrando sus brazos en gesto fortaleza, que en los jagüeyes “había sapos y babillas, pero por la necesidad uno se tomaba esa agua; vea que todavía estamos vivos, pero una sabía que no era un agua buena cuando se revolvía”.

Es un servicio que hay que pagar, pero es mucho mejor porque antes uno tenía que ir hasta de noche a buscarla en otro lado.

Cerca de la puerta interior donde él se encuentra, su nieta Karina De la Torre muestra complacida que con el suministro permanente arreglaron y enchaparon la cocina y el baño. «El agua permanente es salud, nos mejoró la vida a todos en el pueblo», afirma con rostro de alegría.

“Desde niños uno andaba muy preocupado por la salud, ahora nos ha cambiado la vida y estamos mucho mejor con el agua potable que llega a nuestros hogares”, manifiesta Karina, docente en un CDI y en Hibácharo hace parte de las Guardianas del Agua, grupo de voluntarios que todo el Atlántico trabaja para enseñar a las comunidades lo importante que es darle buen uso a este servicio.

Al escuchar su testimonio, la secretaria Lady Ospina ríe a carcajadas. Evoca que “Hibácharo no fue fácil”. Y no lo fue por varias razones, una que está al final de lo que es la red del Acueducto Costero que comienza en el Acueducto de Barranquilla y recorre 79 kilómetros para llegar al Municipio.

El agua la traemos hasta acá en medio de muchas dificultades”, enfatiza la funcionaria. Se refería, sin duda, a, entre otros obstáculos, al megarrobo de agua que especialmente en el tramo Juan Mina – Tubará ha descubierto Triple A en fincas, empresas y viviendas campestres que llenan sus piscinas y jagüeyes con agua potable, afectando el servicio de las comunidades.

“En pandemia –recuerda Ospina– cuando pasábamos a traer las ayudas humanitarias, la gente nos recibía con carteles que decían: Queremos agua. Necesitamos agua. Ese reclamo le llegó muy profundo a la gobernadora, quien me decía ‘hay que traerle el agua a Hibácharo’”.

Un logro que le mejorará la vida a miles de atlanticenses, como ellos lo reconocen. Los corregimientos comienzan a salir del olvido en el que estuvieron por años.

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